sábado, 2 de junio de 2012

Que viene el lobo.


Son las 23:07 y debería estar repasando la traumatología de la extremidad inferior. Pero no puedo. No puedo porque cada línea que leo, a pesar de estar subrayada primero a lápiz y luego con fluorescente, me suena a chino, como si jamás la hubiese leído.

Sé que no me lo sé. Estoy en quinto de medicina y he hecho ya muchos exámenes, y sé cómo suelo estar a menos de dos días del examen: nerviosa, parece que no me sé nada y estoy en blanco, pero entonces miro atrás en los apuntes y las cosas me suenan. Esta vez, no. Sé que es culpa mía porque he adoptado como mecanismo de defensa para los nervios el decir que el examen me va a salir fatal, y luego voy y saco un nueve, pero es que esta vez sería un milagro que me saliera de nueve, porque es que no me lo sé.

Sin embargo, no me siento hundida por eso. No es por eso por lo que he tirado la toalla y he decidido desahogarme escribiendo esto en lugar de seguir intentando estudiar.

Veréis, aunque suspendiera, yo misma no me culparía. He intentado estudiar, me he sentado aquí día tras día intentándolo, pero no he estado en las mejores circunstancias. Para empezar, no he estado sola en casa casi todo el tiempo como con otros exámenes, porque mi madre decidió operarse del juanete justo ahora. Y en vez de hablar grita, es su tono de voz normal. Y recibe visitas, que gritan también. Y ha contratado a una empleada del hogar porque ella está coja, y la empleada pasa el aspirador. Desde fuera parecen súper comprensivos porque me llevan a clase a las ocho, levantándose a las seis de la mañana, pero acabo de asomarme y pedirles que cierren su puerta, porque tienen la tele puesta y yo necesitaba estudiar, y he podido oír perfectamente las maldiciones de mi padre. Enumerar todos los fallos que ha tenido como padre me llevaría un post entero, pero digamos que la paciencia no es su fuerte y que cuando se enfada tiene que ser el que grita más alto, para demostrar que es el gorila con la espalda más plateada, ya me entendéis.
Ah, y luego está el tema de que mi novio tiene cáncer, aunque según él, mi incapacidad para estudiar últimamente no tiene nada que ver con eso y antes de que le diagnosticaran yo ya estaba igual. Me hubiera gustado rebatirle diciendo que aunque el enfermo sea él para mí no es fácil, que no suelo acostarme noche sí, noche no llorando ni por asomo (yo antes no lloraba nunca) y que no me he sentido más sola en mi vida porque la única persona de la que me fio lo suficiente como para hablar de si me siento mal o no es él, y a él no puedo irle con mis gaitas porque no es justo que yo me queje cuando el enfermo es él. Él dice que no tiene que ser así, pero yo pienso que el que está de acompañante tiene que aguantarse, “ser fuerte” como dice la gente ñoña, y no dar por culo. Lo siento, pero pienso así.

Así que lo que hacen todos los arriba mencionados cuando, intentando animarme, me sueltan la frasecita de marras:

-Si te va a salir el examen muy bien, mujer.

Es hundirme en la miseria. Porque no necesito que me digan eso, porque yo sé que no es verdad. O por lo menos lo creo y sabéis que no me haréis cambiar de opinión. Yo soy la que se ha sentado aquí, mañana, tarde y noche, con los rotuladores en la mano. Yo soy la que coge ahora los exámenes de otros años y no sabe responder. Y si yo soy capaz de asimilar mi propio fracaso, ¿Por qué vosotros no? ¿Sabéis la presión que supone para alguien que ha suspendido dos exámenes en su vida (una lámina de plástica en primaria, y uno de funciones en la ESO) el saber que la gente de su entorno, la gente que le importa, le cree infalible? ¿Por qué no me dejáis ser normal, y saber que no pasará nada si suspendo? Porque no pasará nada, lo intento otra vez en septiembre y listo, YO soy capaz de saber eso, pero vosotros, al parecer, no. Y por tanto, paso a estar enferma de preocupación no por suspender, que ya he dejado claro que tengo la conciencia tranquila, sino por decepcionaros. No me quitáis presión, me la añadís, y no aguanto más. Es la peor parte de cada temporada de exámenes, el momento en que me siento más sola porque nadie me toma en serio. “Jo, lo llevo fatal” “¡Anda ya! ¿Tú? ¿Tú cómo lo vas a llevar mal?” Claro, yo no tengo derecho a fracasar, yo tengo que ser la mejor siempre aunque no quiera. Todavía recuerdo cómo me llamó la atención en clase mi tutor cuando suspendí aquel de funciones, me dijo delante de toda la clase “¿Qué ha pasado con ese examen, Perr?” Y yo hubiera querido morirme de vergüenza allí mismo y además poder reventarle la cabeza telepáticamente, porque joder, tienes una clase con al menos 7 personas para las que suspender es la norma, y me ridiculizas públicamente a mí, que he tenido un jodido fallo, uno solo.

En fin, sólo quería desahogarme y creo que lo he conseguido, o al menos se me ha agotado el fuelle. Supongo que el Rubio acabará leyendo esto, y sólo quiero decirle que no se enfade, que sé que intenta animarme como todos los demás, pero que ése, por amor de Thor, no es el camino. No lo es en absoluto.

Y en el fondo tengo la culpa yo, por gritar tantas veces que viene el lobo. No sé por qué me asombro de que ahora que viene de verdad no me crea nadie.