jueves, 27 de febrero de 2014

Lo mejor que me ha pasado en la vida.

Hace unos meses, antes de la locura MIR, antes de la guerra y la vorágine, estuve en una comida familiar. En la sobremesa, los presentes empezaron a comentar qué era lo mejor que les había pasado en la vida. Salieron temas como los hijos, el marido, la casa, el trabajo.

Yo no dije nada porque pese a mis veinticuatro años sigo teniendo complejo de prima pequeña y me sigue chocando que me incluyan en las conversaciones de los mayores. Prefiero no hablar además porque en mi familia, pese a que son buena gente, impera un airecillo de derechas que hubiera hecho a todos los presentes retroceder con horror ante la muestra más nimia de mis opiniones. Pese a todo yo suelo preferir quedarme pensando en mis cosas y ensimismarme en mis macarrones, que es bastante más placentero.

Además, ¿Cómo se puede responder a una pregunta así en mitad de una comida? Si hubiera respondido irreflexivamente, hubiera dicho que los macarrones que me estaba comiendo, sí, sin lugar a dudas, aquellos macarrones eran lo mejor que me había pasado en la vida. Es que a mí la pasta me hipnotiza, es mi gran placer y a la vez mi némesis, lo que me transporta al paraíso y a la vez me hace engordar el culo. Cómo no amarla y odiarla a la vez.

También es cierto que el adulto más cercano a mi edad en aquella mesa contaba cuarenta y dos tacos por lo que, en general, todos habían tenido más tiempo para pensar en aquello que yo. Así que me tomé mi tiempo para pensar y no dije nada.

Pero poco después se me ocurrió. Había estado ahí todo el tiempo, lo que pasaba era que no me había dado cuenta.

Leer. Aprender a leer ha sido lo mejor que me ha pasado, y probablemente, que me pasará en la vida.

A mi me costó un montón aprender a leer. Pero un montón. En parte porque soy muy vaga y muy cabezota y no entendía por qué, si yo ya tenía gente que me leía los cuentos, me forzaban a aprender algo en lo que yo no estaba interesada. Fijaos si me costó que tenía tres años y todavía recuerdo escenas vagas de la profesora de infantil sosteniendo la cartilla con aquellas letras cursivas que para mí no tenían ningún sentido.  Creo que el fallo residía en que yo no veía relación entre eso de "la eme con la a, má" y los cuentos que tanto me gustaban. Me faltaba motivación. Pero bueno, el caso es que al final aprendí.

Y no lo volví a dejar nunca.

La fase de los libros infantiles me duró poco. Y no es que yo sea superdotada ni un prodigio viviente ni nada, la cosa es que a mi me gusta leer. Por eso mi primer libro "serio", Veinte mil Leguas de Viaje Submarino, de Julio Verne, me lo leí con siete años. Desde que tengo uso de razón, desde que tengo recuerdo, he leído.

Leo de todo. Me he topado con libros sublimes y con putas mierdas de impresionar, y con el tiempo he llegado a una conclusión muy simple (atención, perriconsejo): si no me gusta un libro, si tras un número razonable de páginas me está resultando una tortura, lo dejo. Sólo tengo una vida y los libros que hay para leer, son, a efectos prácticos, infinitos; no estamos como para perder el tiempo.

He leído en los mejores y en los peores momentos. Leer no es para mi una afición, es algo que podría llegar a ser casi una forma de vida, un requisito indispensable para serenarme y enfrentarme a la idiotez del mundo, pero también un refugio, un lugar de consuelo, de comprensión.

Otras veces, simplemente es un viaje. No sé cómo describir lo que es para mí la experiencia de leer un libro que simplemente te engancha. Recuerdo el primer libro de Stephen King que me leí, El Misterio de Salem's Lot. Me duró una tarde, desde después de comer, a la cena. Mi madre subió a ver si me pasaba algo. Casi pierdo la vejiga. La miopía me subió cero veinticinco en cada ojo. Pero topé con una de las personas más importantes de mi vida. Stephen King nunca me conocerá, jamás tendrá la más mínima idea de quién soy, y nunca averiguará que me cambió la vida, pero lo hizo. A él le debo descubrir que se podía escribir bien y sobre cosas sobrenaturales. De su mano vinieron Poe, Lovecraft, y la inspiración para ganar un par de concursos de relato corto. Y sobre todo, tres estanterías llenas de sus libros. Con casi todos me lo he pasado genial y algún día le dedicaré un post entero, que se lo merece. Él abrió las puertas a todo lo que vino después, a esa experiencia placentera y terrible que es tener entre las manos un libro que hace que te olvides de comer y de ir al baño. Cuando un libro me engancha así, me engancha literalmente; no quiero hacer nada más.

Los últimos libros con los que me ha pasado eso han sido El Guardián Invisible y su segunda parte, Legado en los Huesos, de Dolores Redondo. Amo a esta mujer. La amo como amo a Stephen, como hacía tiempo que no amaba a ningún escritor. Es buena, amigos. Hasta el punto que me enganché; el primero me lo compré un jueves y el viernes por la noche había volado. Mi madre, que conoce estos arrebatos, fue a la compra el sábado y me trajo el segundo. Intenté racionarlo, de verdad, porque sabía que el tercero (es una trilogía) está todavía sin publicar, así que salí por la noche, cuando todos mis nervios y mis sentidos clamaban que me sentase a terminarlo. Conseguí sacármelo de la cabeza lo suficiente como para divertirme, pero en algún rato muerto de la noche me sorprendí echando de menos a la inspectora Amaia Salazar. Como lo leéis. Echando-de-menos. A un personaje de ficción. Como se echa de menos a una persona de carne y hueso. Estoy dispuesta a aceptar que tengo algún problema mental a este respecto, pero la verdad es que no me importa. Sólo quiero que publiquen la tercera entrega. Una serie de asesinatos en el valle del Baztán, en Navarra. Una inspectora de homicidios con rollos chungos y misteriosos en su familia. La mitología vasco-navarra. Y todo bien atadito con el lazo que supone estar bien escrito. Porque ya puedes tener una historia que sea la leche, que como no sepas hilvanarla como se merece, nada. No hay manera. La escritura de Dolores Redondo me recuerda un poco a Carlos Ruiz Zafón, otro de los grandes de mi olimpo personal. Zafón es capaz de crear oraciones preciosas, plagadas de metáforas, poesía en prosa, y todo sin que resulte cursi. Él también se merece un post.

En fin, que este post iba a ser sobre lo que supone para mi leer y al final se ha convertido en recomendación literaria. No me extraña; no puedo pensar en otra cosa desde que me acabé Legado en los Huesos. POR FAVOR, a quien corresponda, que lo publique ya. POR FAVOR.


jueves, 13 de febrero de 2014

Hombre-hombre. Capítulo I: hablemos de pelo.

No todo iba a ser medicina, y menos con todos los hombres guapos que hay por ahí. Pero, ¿Basta con ser guapo? No, de ninguna manera. Es preciso tener más cosas, y eso es de lo que hablaremos aquí. De claves que hace falta traer a la luz pública para empezar a regalarnos los ojos por las calles. Y no sólo nosotras: chavales, puede que estas reglas sobre lo que es un hombre-hombre, un hombre de verdad, os ayuden a mojar. También es posible que no os sirvan para nada, pero mi nombre no engaña a nadie, ¿Eh? PerraVerde. Quizá mis gustos no sean los estándar, pero por leerlos no perdéis nada. No me hago responsable de las consecuencias que estos perriconsejos puedan granjearos. Así pues,

¿Qué entendemos por hombre-hombre cuando se trata de pelo?

1. Melena, nadie salvo el vikingo. Llevar melena no es cosa de risa. No es cosa de nenazas. Para empezar no le favorece a todo el mundo: unos pocos elegidos como los cantantes de heavy metal o Brad Pitt en Leyendas de Pasión la pueden llevar con cierta dignidad. Si tienes el pelo rizado olvídate porque en lugar de melena vas a acabar con un look afro y no es eso de lo que estamos hablando-eso queda tan alejado en la escala de lo sexy que va a ser la única vez que lo mencionemos: NO, nunca-. Siempre podrías planchártelo, claro, pero te recomiendo que nadie se entere porque salir con un tío que se plancha el pelo más que tú puede ser...cuanto menos extraño.
La melena suele resultar más apetecible si se acompaña de anchos y poderosos hombros porque entonces te da un aire de guerrero bárbaro bastante sexy, de ésos que salen en las portadas de las novelas pseudoeróticas. Pero ojo; requiere un mantenimiento y es imperdonable, en cualquier escenario, llevarla sucia. Pocas cosas hay peores en el mundo y más antieróticas que un hombre con una melena grasienta. Este postulado tiene una excepción y es, por supuesto, que seas un vikingo. Pero tienes que ser un vikingo como éste y llevar el pelo sucio de la sangre de tus enemigos:

Si no has sido bendecido por este físico, 
es decir, si tienes pinta de mortal y no de dios nórdico,
 lo siento pero no, no mola.

2. Postulado Willis/Statham. El hombre-hombre se rapa la cabeza en cuanto empieza a ver indicios de que se va a quedar calvo. Morir matando, always. Sé que es difícil y que requiere valor. Se puede esperar hasta cierto punto crítico, pero cuando te quedes a lo Homer Simpson, con tres pelos arriba y un paupérrimo halo alrededor de la cabeza, es mejor terminar con dignidad y decirle adiós a esos cuatro pelos para entrar en el ilustre mundo de calvos tan sexys como Patrick Kuan o, si estás a las puertas de los "maduritos sexys", Bruce Willis o Jason Statham.

3. Monopolio Bigotil Tom Selleck. El hombre-hombre tiene alguna clase de vello facial (barba preferiblemente, o perilla) que NO ES UN BIGOTE. No sé lo que es besar un bigote y os garantizo que nunca lo sabré porque me parece de lo más antiporno. El bigote despierta en mi mente reminiscencias a rancio, a cuéntame, a ese tío segundo que se emborracha en las bodas. Da una especie de aire entre pervertido y ochentero, como de tipo que es dueño de videoclub de día pero que de noche conduce una furgoneta destartalada y rapta a universitarias incautas en una peli americana. O peor, puede darte aire de mariachi. No quieres parecer un mariachi. Un chico joven con bigote que no se acompaña de perilla me hace creer que quiere aparentar ser mayor y eso me espanta bastante. Porque no es que te añada unos años más, te pone cincuenta mal llevados directamente. El bigote no mola, con una sola excepción en todo el planeta Tierra, y esa excepción se llama Tom Selleck. A nadie, y cuando digo nadie, digo NADIE más le queda sexy el bigote. Sólo a Tom.

4. Excepción al monopolio Tom Selleck. Michael Fassbender, claro. Michael Fassbender podría ponerse un tutú rosa y zapatos de charol y seguiría siendo el hombre con más hombría del universo. Es un ser que suda masculinidad, que desprende follabilidad (esto lo trataremos en capítulo aparte) por eso él es la excepción a todas las reglas que aquí se aplican. Hasta a la del pelo sucio, porque Michael sería incapaz de presentarse en público con el pelo sucio. Lo sé. Él nunca me haría eso.

5. Barba, siempre. Si dudas con la barba, mi apuesta es siempre sí. Si eres guapo te dará un aire de duro/interesante/varonil que siempre es una mejora. Si no eres demasiado agraciado, algo te tapará. Eso sí: responsabilidad. Hay que cuidarla un poco. Tampoco es alto mantenimiento, ¿Eh? Pero hombre, procura llevarla bien recortada porque una barba bien recortada no pincha, o pincha lo justo. Que pinche lo justo puede ser crítico. Cuando te dejes barba podría ser que sufras una de las tragedias masculinas más típicas y es que te salga pelirroja cuando tú no lo eres. Bueno, qué se le va a hacer. Si te sale muy poblada puedes intentarlo, que más se perdió en la guerra.


No es un ejemplo de buena barba. Es pelirroja y tiene pinta de pinchar que te cagas. Pero miradle. Miradle bien. Por eso él es la excepción a todas las reglas del hombre-hombre. Las volatiliza con su endiablado sex-appeal.

Bonus track: la polémica del pelo en la espalda. Si hay que ser sinceros, no, pelo en la espalda preferiblemente no. Pero claro, ¿Pelo en el pecho? Eso sí. El tema es que si un tío tiene pecholobo suele tener también la espalda de la misma manera porque eso viene dado por nuestra amiga la testosterona. Llegados a esta encrucijada tenemos que poner dos cosas en la balanza: o tolerar el pelo en la espalda o que se depile. Y para no caer en la hipocresía, ¿Si nos gusta el pelo en el pecho, nos va a gustar que se depile? Lo más coherente es que no; el pelo en el pecho simboliza al hombre clásico, al hombre que no tiene más cremas que tú, al leñador canadiense que te va a dar lo tuyo (tengo una debilidad por los canadienses, ¿Será por Lobezno?) y esa gente no se depila. Así que mi inclinación en este tema es aceptar que sales con un oso. Si él se depilaba antes, pues vale, tampoco se lo vamos a prohibir, aunque no queremos imaginarnos la escena. Pero yo no seré quien se lo pida, eso desde luego.

lunes, 10 de febrero de 2014

La Lapa.

Durante los años de la carrera, dentro y fuera de medicina, me he encontrado de todo. Toda clase de gente extraña y que no comprendo. Gente con nervios de acero, gente que necesitaba un lexatin después de salir a la pizarra, gente muy inteligente, gente peligrosamente lerda (pero muy lerda, demasiado lerda para que le dejen ejercer la medicina en ningún entorno de esta galaxia), y un par de personas que sospecho podrían sufrir alguna clase de trastorno de la personalidad.

Pero nada como la Lapa.

Estoy segura de que muchos de vosotros habréis tenido, en algún momento, una Lapa en vuestra vida.

Otros seres con los que esta gente se identifica son las rémoras 
que viajan pegadas a los tiburones o las babosas cerebrales de Futurama que te succionan las ganas de vivir.

Me refiero a ella en femenino por cuestiones semánticas, claro (un lapo es un escupitajo de toda la vida) pero pueden ser hombres o mujeres. La Lapa es esa persona que nadie sabe muy bien qué pinta en un grupo de amigos. Nadie la soporta. Pero siempre está ahí. Esto es debido a que la Lapa posee una habilidad aterradora y terrible: se pega. Se pega mediante la técnica del martillo pilón.

La primera vez que fui víctima de esta Lapa en particular fue al pie de la máquina de café. La Lapa se me acercó y tras un par de saludos de rigor, que no sé por qué intercambiamos porque yo no me llevaba demasiado con ella, dio rienda suelta a una sarta de diatribas a cada cual más extraña. Hablamos (bueno, habló ella, yo escuchaba estupefacta removiendo mi café y lanzando miradas desesperadas a mi alrededor buscando una ruta de escape) de sus sarpullidos y de las dificultades diagnósticas de los mismos. No sé si esta es una característica de las Lapas o algo que sólo me pasa a mí, pero he advertido una curiosa tendencia en la gente pesada que me rodea: me cuentan su historial médico. Sin que yo haya demostrado un interés más allá del típico "qué tal estas" me enumeran pruebas, especialistas que han visitado e intervenciones quirúrgicas como si la medicina fuera la única cosa del universo que me interesara. Por qué, Lapas del mundo, por qué nos castigáis así.

Esa es la llamada técnica del martillo pilón, también conocida como telaraña verborreica. Consiste en aprovecharte de los buenos modales de tu interlocutor y asediarle con un flujo de palabras constante. Es igual que no tengan ningún sentido, la cosa es que no paren nunca. Puede empezar a sonar una alarma de incendios, los cadáveres de la sala de disección pueden levantarse anunciando el apocalipsis zombi, el jodido Bruce Springsteen puede empezar un concierto en pleno vestíbulo de la facultad que su discurso no puede interrumpirse. Una pausa para coger aire más larga de lo normal podría facilitar que el interlocutor se disculpase con cualquier excusa y huyese despavorido, como es su deseo en esos momentos, y eso la Lapa lo intuye, si no conscientemente, sí en algún nivel del blanco vacío de su mente. Y no para. No. Te. Deja. Escapar.
Si al menos te contara algo interesante en lugar de anécdotas banales de su vida, hallarías cierto consuelo. Pero la Lapa tiene que ser Lapa porque nadie la encuentra interesante, y su vida es una sucesión de grises y de rutina porque el gran secreto detrás de la Lapa es que no hay secreto alguno. Ciertas personas nacen así, ya viejas, pero no viejas interesantes, viejas desgastadas, sin pasiones, sin nada que las mueva. Suele ser gente a la que no le gusta la música, no tienen hobbies, ni una película que les haya emocionado ni ningún interés en nada. Pero como no son asociales, intentan captarnos a los demás desesperadamente.Y como nada de lo que hacen o piensan es remotamente interesante, pero ellos eso no pueden saberlo (la Lapa no sabe que es Lapa) acaban detallándote con todo lujo de detalles de qué se compuso su desayuno o los granitos que les salieron en la espalda, mientras tú te debates entre el asco, el tedio vital y la pena por que haya en el mundo gente que tan solo existe en lugar de vivir, como diría Oscar Wilde.

Ah, la pena. Las Lapas son maestras en dar pena. No creo que lo hagan a propósito. La Lapa no sabe que es Lapa porque en su esencia subyace un profundo egocentrismo. Ellas no creen que haya nada malo en su forma de actuar, ¿Cómo iba a ser eso posible? No se dan cuenta del problema tan enorme que tienen entre manos, o no lo quieren ver. Cierran los ojos al hecho de que la gente desaparece misteriosamente a su alrededor. Que los pasillos se vacían y los corrillos alrededor de las máquinas de café se deshacen y los grupos de wasap se silencian para siempre. Ellas se escudan en que han tenido mala suerte, o malos amigos, o en que las relaciones sociales son así, que es normal que ellas sean el centro de atención y que atenazar a los demás por medio de charlas insulsas es el único método para que se queden.

La Lapa a veces lo intenta, no digo que no. Pero debido al hecho de que nació sin ese empuje que nos mueve a los demás, sin sangre en las venas, sin nervio, no tiene mucho que ofrecer al mundo. En lugar de forjarse una personalidad propia, mimetiza. Las Lapas pueden llegar a convertirse en auténticos mimos, camaleones de los intereses de los demás, copiones terribles. Hace muy poco, estando de fiesta, recaló en nuestro grupo la Lapa de la que hablaba antes. Aprovechó un resquicio en el que fuimos poco hábiles y hablamos de nuestros planes delante de ella, y preguntó directamente si podía venir. Qué cojones contestas ante eso sin convertirse en una persona deleznable. No te deja alternativa. Con su falta de tacto social te acorrala entre la espada de la mala educación y la pared de su nefasta compañía. Y como a los demás nuestros padres nos educaron bien...Las reglas de la cortesía nos obligaron a elegir la pared. Y vivimos una de las experiencias más surrealistas que he sufrido en mi vida. A ver, no es que yo sea una gran bailarina, de acuerdo. Pero joder, cuando sales con amigos y vas a bailar, cada uno se mueve como le sale de ahí, todos hacemos un poco el monguer, y nos lo pasamos bien.

Bueno, pues imaginad lo que es intentar bailar con una persona delante de ti que imita todos y cada uno de tus movimientos. Como si estuviéramos en una clase de aerobic y nadie te hubiese dicho que tú eres la profesora. Al principio no me lo podía creer. Incluso hice un par de movimientos exagerados llevando las manos al techo para ver si los repetía, y en efecto, los hizo.

Nos reímos bastante comentándolo, pero descubrí que una Lapa te puede amargar la noche.

Y eso sí que no. Puedes cargarte mi rato del café, puedes revolverme las tripas con tus asquerosidades dérmicas, pero NO ME PUEDES JODER UNA NOCHE DE FIESTA, que tengo muy pocas.

Así perdí yo mi paciencia con la Lapa.

Me gustaría poder decir que este será un post único, pero me temo que mis encuentros con la Lapa no han terminado.

Deseadme suerte.


Dedicado a JS, por todo lo que tuvo que sufrir a costa de la Lapa.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Las seis fases del Post-MIR precoz: sobrevivir esa primera semana.

Nota: estas fases no tienen por qué seguir una secuencia ordenada y pueden alternarse dentro del mismo individuo, dependiendo de los años potenciales de vida (ajustados por calidad, claro) que haya perdido preparando el examen y de su tendencia particular a la ciclotimia.


1. Negación. Esa misma noche y los dos o tres días posteriores al examen no te podrás creer que ha terminado, que ya está hecho. Incluso te sorprenderás divagando sobre temas médicos y pensando: "Esto podría caer" para a los tres segundos darte cuenta de que el MIR ha pasado y eso no ha caído. El MIR ya ha pasado y le hemos mirado a la cara. Te quedarás parpadeando, incrédulo, mirando al vacío, presa de un sentimiento de orfandad cósmico hasta que logras sobreponerte al hecho de que el MIR ha pasado y la vida sigue. No se han abierto océanos de fuego ni se ha desencadenado el Ragnarok. Necesitarás un momento.


La cara que se te queda

2. Indiferencia. Mientras intentas sobrevivir a la resaca monumental-te durará de uno a dos días si has hecho las cosas bien-intentarás con todas tus fuerzas no pensar. Darte un par días de relax. Ah, pobre incauto. No lo lograrás. Bueno, tú creerás que sí, pero tu subconsciente estará maquinando en la parte de atrás de tu cabeza, barajando netas, estimando posibles percentiles, tratando de prepararse para el escenario de acabar haciendo Hidrología en Ceuta. Ello provocará que no esté atento a las tareas ordinarias, con lo que caerás en escenas del tipo intentar calentar el café en el frigorífico; creer, todo en el mismo lunes y con minutos de diferencia que es, consecutivamente, domingo, miércoles y jueves; darle dos veces de comer al perro porque no sabes si el recuerdo que tienes dándoselo es de hoy o de ayer...tu cuerpo irá por una parte, tu subconsciente por otra y tu yo consciente flotará en un limbo indeterminado con una sonrisa bobalicona en la cara. Pero cuidado: la alegría le durará poco (véase fase 3).

Con ese gesto vas a ir por la vida.

3. Ira. Poco a poco irá calando en ti el hecho de que han puesto en imágenes una curva Kaplan-Meier. Esto no es algo fácil de asimilar para el cerebro humano medio. Kaplan. Meier. Tu bilis borboteará poco a poco al fuego lento de estas dos palabras- KaplanMeierKaplanMeierKaplanMeierKaplanMeier- y de repente un día, cuando menos te lo esperes, vomitarás un chorro de furia homicida -para entonces, si tienes suerte, ya se te habrá pasado la resaca y el chorro no contendrá tequila, ron o Ballantines-que irá a caer sobre el blanco más evidente que es, normalmente, la academia. Esa gente que dijo que era imposible que cayeran imágenes de estadística sigue viva porque las maldiciones no matan.


KaplanMeier

4. Negociación. Empiezas a tener noticias de que la gente está corrigiendo el examen. La anguila escurridiza y fría de la incertidumbre comienza a cogerle gusto a eso de reptar por tu estómago y empiezas a negociar contigo mismo: "no lo meto hasta que no salga la plantilla oficial. No, porque antes es tontería. Si lo meto cuando salga la plantilla oficial seguro que quedo en un puesto decente, ¿Verdad? ¿Verdad?". Llegados a este punto es, sin lugar a dudas, el momento en el que se coquetea más estrechamente con la esquizofrenia. Se abre un abismo entre dos personalidades encontradas que empiezan a negociar la una con la otra: por un lado la que quiere meterlo y terminar con las dudas, y por otro la acojonada de la vida que quiere esconderse detrás de los abrigos y confiar en que, de algún modo, todo se solucione. Esto se traduce en violentos cambios de opinión merced a los cuales a las nueve de la mañana piensas que es mejor esperar, después de comer te parece mejor meterlo, a media tarde otra vez que no, a la hora de cenar alguien de tu familia no puede más y te recomienda cariñosamente que lo metas de una p**a vez...Y además esta lucha constante entre los dos pareceres acaba sublimándose en pesadillas monotemáticas donde repasas una y otra vez las diez o quince preguntas donde te arriesgaste. No comprendes de qué rincón de tu ser salió esa tendencia suicida e intrépida que se apoderó de ti, haciéndote arriesgarte cuando dudabas entre tres opciones, viendo ahora el absurdo que has cometido y deseando que se te acabara la tinta de los siete bolis que llevaste al examen antes de haber seguido contestando preguntas de aquella guisa.

Yo en la 51 contesté la c

5. Dolor emocional. Pasas revista a los ocho meses de preparación, ocho meses que no volverán, a todas esas horas estudiando y mirando por la ventana hasta tal punto que aprendiste a calcular la hora por la altura del sol. Todo ese tiempo con la TNM de los cánceres ginecológicos, con las glomerulonefritis, con los test de contraste de hipótesis y los antidiabéticos orales para que al final la primera pregunta que te encontraras al abrir el examen fuera cuál de las siguientes no es una función de la fiebre. Te duelen todos esos conceptos esquivos que pronto se perderán como lágrimas en la lluvia, que no tuvieron ocasión de ser utilizados...Pero, sobre todo, te duele la curva de Kaplan-Meier (en este momento es posible que se experimente una breve regresión a la fase 3, que te permitirá reunir todos los cojones reales o metafóricos que guardes escondidos en tu interior para poder alcanzar la fase 6).



6. Aceptación. Corriges la plantilla.

Te enteras de tus netas (estimadas).

Eres libre hasta la siguiente fase de este tortuoso proceso.

lunes, 3 de febrero de 2014

Perra Verde is back. O de cómo me granjeé el odio de los ingenieros.

Este es un blog mayormente humorístico. En el pasado, cuando era joven e ingenua, se me escapó alguna entrada pelín demasiado personal, quizá, pero no quiero que eso vuelva a suceder. La esencia del éxito de mi escritura siempre han sido los "artículos" -si es que se merecen ese nombre- que escribía en estado de cabreo extremo. Ladrando, vamos.

Siempre quise que la gente me leyera, y que se lo pasara bien haciéndolo. Ahora parece que se pasa más gente por un blog que, irónicamente, había abandonado, y sé que hay que asumir que no todos los comentarios van a ser siempre positivos, es lo que hay. Yo no apuesto por la censura, nunca, y de los cientos que ha motivado esta entrada sólo he borrado uno que contenía un link a un hombre con las tripas fuera, y no me pareció decoroso dejarlo ahí. [1]

Para no tener que poner lo mismo en todos, he decidido publicar una entrada aclarando lo que quería demostrar con ese post.

Era un maldito texto gracioso. Os recomiendo que, si no habéis logrado entenderlo así y pensáis pasaros más por aquí, os traigáis el sentido del humor puesto de casa y, si no, no os molestéis en volver. Por vuestro propio bien, más que nada; me preocupa que os salga una úlcera con tanta mala leche retenida. Aquí no le vetamos la entrada a nadie.

Pienso que lo que más os ha escamado es este párrafo en concreto:  "del delicado equilibrio de amar a alguien que pertenece a un mundo completamente distinto: una ingeniería, un módulo, algo que no tiene nada que ver con la desmielinización, el estafilococo Aureus o la anemia falciforme."

Lo he releído un montón de veces y, sinceramente, no sé dónde pone que esas carreras son inferiores a la mía. Pone que son diferentes. DIFERENTES. Quería expresar que son carreras que no tienen que ver con vísceras, sangre, heces o heces con sangre. 

No sé cómo tantos de vosotros habéis visto este texto como una oportunidad perfecta para arremeter contra los médicos por oscuras razones que desconozco; yo siempre he considerado otras carreras, en particular las ingenierías, como similares en dificultad, o incluso más difíciles. Y no las he despreciado en este blog nunca.

Sin embargo, parece que algunos tenéis una espinita clavada en contra de los médicos. Vuestra profesión es tremendamente importante. No podríamos vivir como vivimos sin ingenieros, sin arquitectos...de acuerdo. Las ambulancias no podrían llegar al hospital sin puentes ni carreteras, el hospital no se podría haber construido, vale, sí. Pero entended que la nuestra es una profesión diferente; no hay otra igual. No digo que sea mejor ni peor. Está claro que si la mayoría de las profesiones existen, es porque se necesitan. Pero hay pocos trabajos donde la tarea fundamental sea atender a alguien en su peor momento. No voy a llenarme la boca con frases grandilocuentes del tipo "salvamos vidas". Pero la gente que viene a vernos tiene que hacer un esfuerzo, y depositar una confianza, que no tienen otros oficios. La gente a la que atendemos viene porque se encuentra mal. Puede ser que le duela algo, o que esté deprimida, o que se le esté cayendo el pelo o porque oye voces en su cabeza. Me da lo mismo; puede parecer una tontería, pero es la tontería que les preocupa; o puede ser algo muy serio. Es una relación que nunca será la de cliente-proveedor de servicios, por mucho que nos quieran vender esa imagen. Incluso yo, que no tengo mucha tendencia a involucrarme emocionalmente, comprendo lo delicado de esa relación médico-paciente, precisamente porque he sido paciente y sé que admitir ante alguien que te encuentras mal no es agradable, por mucho que ese alguien sea quien te lo puede solucionar. Por eso creo que la sociedad no puede ver a los médicos como ve a otras profesiones, porque el mundo sanitario tiene unas connotaciones subjetivas que no tienen otros trabajos.

Pensad cuánto vale la calidad de vida, por cuánto la pagaríais, si tiene precio el trabajo que hacemos, en cualquier especialidad. Tiene que ser una satisfacción devolverle eso a alguien (aún no he ejercido, así que todavía no lo sé) pero también es muy fácil para nosotros ser débil y creérselo un poquito. Porque somos humanos. Es un tópico muy extendido, no todos los médicos son ultra-arrogantes pagados de sí mismos... Pero si alguna vez lo somos, si alguna vez, aunque sea temporalmente, caemos en esa falta, que Thor nos coja confesados porque parece ser que saldrán mil voces para clamar contra el médico con complejo de dios. Como si nunca un informático os hubiera mirado con suficiencia cuando le habéis preguntado algo que para él es básico, o el mecánico cuando le decís que si el coche hace un ruido raro, o yo qué sé...[2] La línea que separa el orgullo que uno siente por su profesión y la arrogancia puede ser muy delgada y esta última característica no es, ni mucho menos, monopolio de los médicos. Me preocupa que haya gente con tanto rencor, tan dispuesta a saltar a la yugular del médico ante la más mínima provocación o, como en este caso, ante provocaciones imaginarias. Porque esa gente no se levantará para defender nuestra sanidad pública ahora que nos la están arrebatando. Pero ese es otro post y otro tema.

Otro punto que me gustaría aclarar es que vale, se meten muchas horas, pero no me he pasado los seis años de carrera encerrada en mi habitación aprendiéndome el Harrison (libro que por otra parte no me gusta nada y pienso que está bastante sobrevalorado; hala, ahora los de medicina me odiaréis también). Claro que puede haber un equilibrio, y que también hay que vivir y salir con los amigos y pasear con el perro y hacerle caso al novio y todo eso. No pretendáis convertir ese texto en algo que no es en absoluto: un retrato completo de mi vida. Es un aspecto determinado de mi vida, un poco exagerado para que resulte cómico. Punto pelota.

Y bueno, me he cansado de aclarar cosas. Si no he dejado algo claro, esta vez sí que podré ir respondiendo comentarios a medida que los vais dejando.

Ah, casi me olvido: muchas gracias a toda esa gente que ha dejado mensajes de ánimo o simplemente diciendo que les ha gustado el post. Habrá más de ese estilo; espero que este sea el último "post serio" aunque, sinceramente, no estoy segura de poder garantizarlo. Al parecer no me expreso tan claramente como creía. 



Saludos, y nos vemos por aquí.







 [1] Aclaración desagradable: a su autor, si me está leyendo, le aclararé que yo escribí que las tripas "no se salen como ristras de chorizo", en hilera. En la foto que él puso se ve claramente que no se salen así, sino en gurruño. Espero que estés contento por hacerme aclarar este punto.

[2] Por favor, POR FAVOR, mecánicos e informáticos, no entendáis este comentario como el inicio de una guerra de guerrillas entre vosotros y los médicos. No tengo nada en contra de vuestras profesiones y sólo os he nombrado a modo de ejemplo. No os estoy declarando la guerra, repito, no-os-estoy-declarando-la-guerra.