lunes, 10 de febrero de 2014

La Lapa.

Durante los años de la carrera, dentro y fuera de medicina, me he encontrado de todo. Toda clase de gente extraña y que no comprendo. Gente con nervios de acero, gente que necesitaba un lexatin después de salir a la pizarra, gente muy inteligente, gente peligrosamente lerda (pero muy lerda, demasiado lerda para que le dejen ejercer la medicina en ningún entorno de esta galaxia), y un par de personas que sospecho podrían sufrir alguna clase de trastorno de la personalidad.

Pero nada como la Lapa.

Estoy segura de que muchos de vosotros habréis tenido, en algún momento, una Lapa en vuestra vida.

Otros seres con los que esta gente se identifica son las rémoras 
que viajan pegadas a los tiburones o las babosas cerebrales de Futurama que te succionan las ganas de vivir.

Me refiero a ella en femenino por cuestiones semánticas, claro (un lapo es un escupitajo de toda la vida) pero pueden ser hombres o mujeres. La Lapa es esa persona que nadie sabe muy bien qué pinta en un grupo de amigos. Nadie la soporta. Pero siempre está ahí. Esto es debido a que la Lapa posee una habilidad aterradora y terrible: se pega. Se pega mediante la técnica del martillo pilón.

La primera vez que fui víctima de esta Lapa en particular fue al pie de la máquina de café. La Lapa se me acercó y tras un par de saludos de rigor, que no sé por qué intercambiamos porque yo no me llevaba demasiado con ella, dio rienda suelta a una sarta de diatribas a cada cual más extraña. Hablamos (bueno, habló ella, yo escuchaba estupefacta removiendo mi café y lanzando miradas desesperadas a mi alrededor buscando una ruta de escape) de sus sarpullidos y de las dificultades diagnósticas de los mismos. No sé si esta es una característica de las Lapas o algo que sólo me pasa a mí, pero he advertido una curiosa tendencia en la gente pesada que me rodea: me cuentan su historial médico. Sin que yo haya demostrado un interés más allá del típico "qué tal estas" me enumeran pruebas, especialistas que han visitado e intervenciones quirúrgicas como si la medicina fuera la única cosa del universo que me interesara. Por qué, Lapas del mundo, por qué nos castigáis así.

Esa es la llamada técnica del martillo pilón, también conocida como telaraña verborreica. Consiste en aprovecharte de los buenos modales de tu interlocutor y asediarle con un flujo de palabras constante. Es igual que no tengan ningún sentido, la cosa es que no paren nunca. Puede empezar a sonar una alarma de incendios, los cadáveres de la sala de disección pueden levantarse anunciando el apocalipsis zombi, el jodido Bruce Springsteen puede empezar un concierto en pleno vestíbulo de la facultad que su discurso no puede interrumpirse. Una pausa para coger aire más larga de lo normal podría facilitar que el interlocutor se disculpase con cualquier excusa y huyese despavorido, como es su deseo en esos momentos, y eso la Lapa lo intuye, si no conscientemente, sí en algún nivel del blanco vacío de su mente. Y no para. No. Te. Deja. Escapar.
Si al menos te contara algo interesante en lugar de anécdotas banales de su vida, hallarías cierto consuelo. Pero la Lapa tiene que ser Lapa porque nadie la encuentra interesante, y su vida es una sucesión de grises y de rutina porque el gran secreto detrás de la Lapa es que no hay secreto alguno. Ciertas personas nacen así, ya viejas, pero no viejas interesantes, viejas desgastadas, sin pasiones, sin nada que las mueva. Suele ser gente a la que no le gusta la música, no tienen hobbies, ni una película que les haya emocionado ni ningún interés en nada. Pero como no son asociales, intentan captarnos a los demás desesperadamente.Y como nada de lo que hacen o piensan es remotamente interesante, pero ellos eso no pueden saberlo (la Lapa no sabe que es Lapa) acaban detallándote con todo lujo de detalles de qué se compuso su desayuno o los granitos que les salieron en la espalda, mientras tú te debates entre el asco, el tedio vital y la pena por que haya en el mundo gente que tan solo existe en lugar de vivir, como diría Oscar Wilde.

Ah, la pena. Las Lapas son maestras en dar pena. No creo que lo hagan a propósito. La Lapa no sabe que es Lapa porque en su esencia subyace un profundo egocentrismo. Ellas no creen que haya nada malo en su forma de actuar, ¿Cómo iba a ser eso posible? No se dan cuenta del problema tan enorme que tienen entre manos, o no lo quieren ver. Cierran los ojos al hecho de que la gente desaparece misteriosamente a su alrededor. Que los pasillos se vacían y los corrillos alrededor de las máquinas de café se deshacen y los grupos de wasap se silencian para siempre. Ellas se escudan en que han tenido mala suerte, o malos amigos, o en que las relaciones sociales son así, que es normal que ellas sean el centro de atención y que atenazar a los demás por medio de charlas insulsas es el único método para que se queden.

La Lapa a veces lo intenta, no digo que no. Pero debido al hecho de que nació sin ese empuje que nos mueve a los demás, sin sangre en las venas, sin nervio, no tiene mucho que ofrecer al mundo. En lugar de forjarse una personalidad propia, mimetiza. Las Lapas pueden llegar a convertirse en auténticos mimos, camaleones de los intereses de los demás, copiones terribles. Hace muy poco, estando de fiesta, recaló en nuestro grupo la Lapa de la que hablaba antes. Aprovechó un resquicio en el que fuimos poco hábiles y hablamos de nuestros planes delante de ella, y preguntó directamente si podía venir. Qué cojones contestas ante eso sin convertirse en una persona deleznable. No te deja alternativa. Con su falta de tacto social te acorrala entre la espada de la mala educación y la pared de su nefasta compañía. Y como a los demás nuestros padres nos educaron bien...Las reglas de la cortesía nos obligaron a elegir la pared. Y vivimos una de las experiencias más surrealistas que he sufrido en mi vida. A ver, no es que yo sea una gran bailarina, de acuerdo. Pero joder, cuando sales con amigos y vas a bailar, cada uno se mueve como le sale de ahí, todos hacemos un poco el monguer, y nos lo pasamos bien.

Bueno, pues imaginad lo que es intentar bailar con una persona delante de ti que imita todos y cada uno de tus movimientos. Como si estuviéramos en una clase de aerobic y nadie te hubiese dicho que tú eres la profesora. Al principio no me lo podía creer. Incluso hice un par de movimientos exagerados llevando las manos al techo para ver si los repetía, y en efecto, los hizo.

Nos reímos bastante comentándolo, pero descubrí que una Lapa te puede amargar la noche.

Y eso sí que no. Puedes cargarte mi rato del café, puedes revolverme las tripas con tus asquerosidades dérmicas, pero NO ME PUEDES JODER UNA NOCHE DE FIESTA, que tengo muy pocas.

Así perdí yo mi paciencia con la Lapa.

Me gustaría poder decir que este será un post único, pero me temo que mis encuentros con la Lapa no han terminado.

Deseadme suerte.


Dedicado a JS, por todo lo que tuvo que sufrir a costa de la Lapa.

3 comentarios:

  1. ¿Qué nos ha pasado, Perr? De verdad, es que no te sigo.

    Enhorabuena por la entrada... y ya recuperaremos la noche perdida!!

    JS

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  2. Me gusta más la comparación con la babosa de Futurama, porque no es sólo pegarse como una Lapa, es succionar la vida a su alrededor
    Muy fan de tu blog, aunque me incorpore tarde :P

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    1. Muchas gracias! Me alegro de que te haya gustado, nos vemos por aquí.

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